(1857-1941). Nació en la Vega. Una vida abrazada al deber, que, siguiendo el norte de la virtud, se vació en el molde de un justo varón. Hizo un culto de la patria, sin ruido ostentoso. Su devoción a los principios lo mismo que a toda manifestación de cultura, no alcanzó a alterarle la sencillez y el temperamento hecho a la modestia, que prefiere pasar inadvertida a reclamar o imponer respeto y honores para si.
No dejó nunca de ser criollo en lo que el tipo tiene de desapego a la vida de puro artificio y en las calidades que constituyen la más preciosa porción de su psicología. Para las cosas intelectuales se sabía poner en el plano que le es propio, y para la vida ordinaria no concebía una postura más natural que la de constante servidor. Entendía que el hombre había venido al mundo para dar de sí cuanto convenía al bienestar de los demás. Siempre ocupado en alguna labor, no supo de ocios improductivos y estimulantes del vicio. Siendo joven, como empleado de Don Modesto Riva, contrajo una neurastenia por exceso de trabajo.
Para curarse escogió laborar como peón, un par de años en un conuco ubicado en el tras patio de su casa. Hospitalario, generoso, sin pose y ecuánime, miraba a todo el mundo y los cambios de la vida con inalterabilidad de espíritu. Su compadre o amigo lo era el más modesto vecino, al igual que el encopetado señor; pero estando más cerca de este, por su calidad social y nexos de familia, prefería tratar al primero por la llaneza adecuada al tipo. Le preocupaba satisfacer los reclamos de la amistad. Incapaz de envidia ni de abrigar odios por la lucha de intereses materia-les, le placía conocer el mérito ajeno; no le paga tributo a las pasiones mezquinas, moviéndose constantemente por sobre las pequeñeces de la vida.
Manuel Ubaldo Gómez opinaba con libertad, y no tenía compromisos sino con la virtud. Eludía el elogio a su persona; y si estaba en su mano, evitaba el que se le hiciera a familiares suyos cercanos. Aunque tolerante, no le daba méritos a quien no los tuviese, cualidad esta que, al servicio de la historia es un magnífico recurso para la valorización justiciera de los personajes. Y fue historiador, autor de un RESUMEN DE LA TJIS TOMA DE SANTO DOMINGO (1919), en tres; libros, resultado de sus actividades de profesor de la materia en un colegio vegano.
Fue el historiador dominicano que poseyó mayor conocimiento sobre las actuaciones y el carácter de los hombres públicos desde fundada la República, así como acerca de la psicología social. Por inclinación natural, desde la infancia, sintió curiosidad por los sucesos políticos y sociales, y también por los actores, y ello le creó entre los cultivadores de la historia un acervo único de datos a partir de la Anexión, aumentado constantemente por diligencia personal entre los mismos actores.
Le estimulaba en ello la simpatía por esa realidad antes que el interés de historiador. De esa manera, la fuente viva que era del pasado dominicano, nadie más en la República pudo poseerla, porque quienes hicieron de historiadores fueron personas de oficina y papeles que no descendieron al plano donde se observan y captan realidades indispensables para la comprensión de no pocos sucesos y caracteres personales. Su material se lo daba a quien se lo solicitara, lo que aquí no se ha visto en otro intelectual de la misma actividad. Por su parte, no produjo lo que podía y debía, sino lo que le fue solicitado o reclamado por circunstancias especiales.
Por evitar mortificaciones se eximió de echar su cuarto a espadas respecto a cuestiones históricas sobre las cuales poseía los juicios más precisos y certeros. Con todo, la pasión por la historia, mirando al través de ella a la patria, fue la última que alentó su alma hasta el instante de tomar el lecho de muerte. De poca estatura y cuerpo delgado, el habla acordada con la sencillez de sus maneras, no parecía de primera vista el hombre de la gran talla moral que era.
Terció en la vida pública, no por buscar posiciones, sino solicitado, llevando a ella la pureza de valor personal en el desempeño de representaciones varias. Juez, Procurador de una Corte, Diputado, Senador, Ministro de Justicia e Instrucción Pública, de Guerra y Marina, y de lo Interior y Policía. No quiso aceptar otras, inclusive la Primera Magistratura de la Nación. Para los hombres de este corte, los cargos públicos son oportunidades de servirle a la sociedad; en ellos consumen preciosas energías, dan con orgullo y patriotismo lo más posible, y luego entienden no haberse elevado por ello, sino haber cumplido como ciudadanos. De los tales queda una lección de civismo, poquísimas veces tenida en cuenta por los políticos.
Como abogado no tuvo claudicación en su auténtica calidad de honorable; lo cual no es poca cosa. Troncoañoso, semejante a un rezagado modelo de hombres anacrónicos por su apego a la rectitud, la buena fe y la verguenza, desde mediados de la nombrada Era de Trujillo tuvo que recluirse en la pasividad de su hogar, negándole la jubilación tan honrosamente ganada.
Despreciador de los opresores del pueblo por principio, por educación y tradición de familia, no solicitó el favor del soberbio Trujillo, que daba a sus aduladores lo correspondiente a los hombres de merecimientos anteriores a él y de más valer que él. La respuesta de don Manuel Ubaldo Gómez constituyó el timbre postrero con que coronó y reafirmó su procera calidad de ciudadano.
Mantuvo en La Vega, con su sola autoridad de hombre austero, una atmósfera moral que, como caso único en la República, se sobreponía a la acción disolvente de la política allí activísima por órgano de un grupo de veganos. Todas las instituciones locales, inclusive el Ayuntamiento, se sentían honradas con aceptar y complacer recomendaciones o insinuaciones hechas por don Ubaldo.
Nadie amó más que él a La Vega, como en ningún vegano encarnó en más alto grado las que fueron virtudes de esa colectividad.
No dejó nunca de ser criollo en lo que el tipo tiene de desapego a la vida de puro artificio y en las calidades que constituyen la más preciosa porción de su psicología. Para las cosas intelectuales se sabía poner en el plano que le es propio, y para la vida ordinaria no concebía una postura más natural que la de constante servidor. Entendía que el hombre había venido al mundo para dar de sí cuanto convenía al bienestar de los demás. Siempre ocupado en alguna labor, no supo de ocios improductivos y estimulantes del vicio. Siendo joven, como empleado de Don Modesto Riva, contrajo una neurastenia por exceso de trabajo.
Para curarse escogió laborar como peón, un par de años en un conuco ubicado en el tras patio de su casa. Hospitalario, generoso, sin pose y ecuánime, miraba a todo el mundo y los cambios de la vida con inalterabilidad de espíritu. Su compadre o amigo lo era el más modesto vecino, al igual que el encopetado señor; pero estando más cerca de este, por su calidad social y nexos de familia, prefería tratar al primero por la llaneza adecuada al tipo. Le preocupaba satisfacer los reclamos de la amistad. Incapaz de envidia ni de abrigar odios por la lucha de intereses materia-les, le placía conocer el mérito ajeno; no le paga tributo a las pasiones mezquinas, moviéndose constantemente por sobre las pequeñeces de la vida.
Manuel Ubaldo Gómez opinaba con libertad, y no tenía compromisos sino con la virtud. Eludía el elogio a su persona; y si estaba en su mano, evitaba el que se le hiciera a familiares suyos cercanos. Aunque tolerante, no le daba méritos a quien no los tuviese, cualidad esta que, al servicio de la historia es un magnífico recurso para la valorización justiciera de los personajes. Y fue historiador, autor de un RESUMEN DE LA TJIS TOMA DE SANTO DOMINGO (1919), en tres; libros, resultado de sus actividades de profesor de la materia en un colegio vegano.
Fue el historiador dominicano que poseyó mayor conocimiento sobre las actuaciones y el carácter de los hombres públicos desde fundada la República, así como acerca de la psicología social. Por inclinación natural, desde la infancia, sintió curiosidad por los sucesos políticos y sociales, y también por los actores, y ello le creó entre los cultivadores de la historia un acervo único de datos a partir de la Anexión, aumentado constantemente por diligencia personal entre los mismos actores.
Le estimulaba en ello la simpatía por esa realidad antes que el interés de historiador. De esa manera, la fuente viva que era del pasado dominicano, nadie más en la República pudo poseerla, porque quienes hicieron de historiadores fueron personas de oficina y papeles que no descendieron al plano donde se observan y captan realidades indispensables para la comprensión de no pocos sucesos y caracteres personales. Su material se lo daba a quien se lo solicitara, lo que aquí no se ha visto en otro intelectual de la misma actividad. Por su parte, no produjo lo que podía y debía, sino lo que le fue solicitado o reclamado por circunstancias especiales.
Por evitar mortificaciones se eximió de echar su cuarto a espadas respecto a cuestiones históricas sobre las cuales poseía los juicios más precisos y certeros. Con todo, la pasión por la historia, mirando al través de ella a la patria, fue la última que alentó su alma hasta el instante de tomar el lecho de muerte. De poca estatura y cuerpo delgado, el habla acordada con la sencillez de sus maneras, no parecía de primera vista el hombre de la gran talla moral que era.
Terció en la vida pública, no por buscar posiciones, sino solicitado, llevando a ella la pureza de valor personal en el desempeño de representaciones varias. Juez, Procurador de una Corte, Diputado, Senador, Ministro de Justicia e Instrucción Pública, de Guerra y Marina, y de lo Interior y Policía. No quiso aceptar otras, inclusive la Primera Magistratura de la Nación. Para los hombres de este corte, los cargos públicos son oportunidades de servirle a la sociedad; en ellos consumen preciosas energías, dan con orgullo y patriotismo lo más posible, y luego entienden no haberse elevado por ello, sino haber cumplido como ciudadanos. De los tales queda una lección de civismo, poquísimas veces tenida en cuenta por los políticos.
Como abogado no tuvo claudicación en su auténtica calidad de honorable; lo cual no es poca cosa. Troncoañoso, semejante a un rezagado modelo de hombres anacrónicos por su apego a la rectitud, la buena fe y la verguenza, desde mediados de la nombrada Era de Trujillo tuvo que recluirse en la pasividad de su hogar, negándole la jubilación tan honrosamente ganada.
Despreciador de los opresores del pueblo por principio, por educación y tradición de familia, no solicitó el favor del soberbio Trujillo, que daba a sus aduladores lo correspondiente a los hombres de merecimientos anteriores a él y de más valer que él. La respuesta de don Manuel Ubaldo Gómez constituyó el timbre postrero con que coronó y reafirmó su procera calidad de ciudadano.
Mantuvo en La Vega, con su sola autoridad de hombre austero, una atmósfera moral que, como caso único en la República, se sobreponía a la acción disolvente de la política allí activísima por órgano de un grupo de veganos. Todas las instituciones locales, inclusive el Ayuntamiento, se sentían honradas con aceptar y complacer recomendaciones o insinuaciones hechas por don Ubaldo.
Nadie amó más que él a La Vega, como en ningún vegano encarnó en más alto grado las que fueron virtudes de esa colectividad.
Escrito por: Ladddy Cortorreal
Fuente: redpodercomunitario.org