Fue educador, jurista, orador y político Luis Conrado del Castillo
(1888-1927), fue un continuador de este compromiso familiar patentizado
en su actuación como diputado y uno de los líderes de la resistencia
cívica a la ocupación norteamericana, junto al poeta Fabio Fiallo, el
tribuno Arturo Logroño y el jurista Américo Lugo, abanderados del
movimiento de la "pura y simple".
En los momentos trágicos y amargos de la primera ocupación norteamericana del país, Fabio Fiallo fue el cantor de nuestras indignaciones justas y de nuestras rebeldías necesarias.
No tuvo la grandilocuencia de Deschamps, que fascinaba al público con el deslumbramiento de su metáfora atrevida y sus párrafos plenos de sonoridad, ni la maestría académica de Nouel, pero arrebataba al público, contagiándolo con su propia emoción, con sus espontáneas e inflamadas arengas que parecían nutrirse con los mismos sentimientos de aquellos que le escuchaban. Ninguno como él tuvo el don singular de comunicarse tan plenamente con su auditorio, que orador y público terminaban siendo sólo y mismo ser palpitando al influjo de los mismos sentimientos. Entre sus oraciones patrióticas más famosas está la improvisación que realizó en Santiago durante la lucha por el rescate de la soberanía pisoteada por el invasor yanqui. En aquella ocasión pidió que le levantaran todas las pancartas y con sus leyendas hizo un discurso formidable. En el parque Colón de Santo Domingo, su elocuencia alcanzó niveles tan altos, que el invasor hubo de acallar temporalmente su voz arrojándolo por 6 meses en un calabozo.
Como escritor no alcanzó la misma brillantez porque su alma de artista sólo se revelaba en la palabra hablada en toda su magnificencia. Dejó, sin embargo, algunos escritos de aceptables méritos, tales como, “Tópicos Nacionales”, premiado en unos juegos florales en San Pedro de Macorís, el “2 de Diciembre” y “Las bases de la Academia Colombina”. Singular valor tiene en cambio “Prolegómenos de Enseñanza Cívica”.
Sus luchas políticas, sus afanes patrióticos y en particular, sus experiencias en los combates por el rescate de la soberanía, le hicieron ver la necesidad de crear una conciencia cívica en la juventud. No se trata, sin embargo, de repetir los amortajados principios de moral ni los consabidos sermones clericales para crear en la mente de los educandos la inclinación a la pasiva aceptación de un orden de cosas que era injusto la más de las veces, por no decir todas.
Para crearles un espíritu libre a los jóvenes y hacerlos conscientes del papel dinámico que debían asumir en la sociedad, se necesitaban otras cosas. Por eso, Luis C. del Castillo incorpora a los principios de la moral hostosiana, que no era clerical, otras nociones imprescindibles para la formación adecuada del carácter de los jóvenes y que sirvieron para pautar sus relaciones frente al individuo, frente a la sociedad y frente al estado. Así incluye en sus prolegómenos nociones de Derecho, de Economía Pública y como obligado complemento, también de Estadística, Geografía e Historia. Aunque muy poco se ha hablado de esta obra es de gran valor aún hoy, pese a que el tiempo ha hecho obsoletos muchos de sus juicios y principios. Como la improvisación fue el medio más utilizado para lograr sus discursos, muy pocos de todos ellos son conocidos.
El jurista, educador, civilista, tribuno y patriota, falleció el 8 de noviembre del 1927 en un lamentable accidente vehicular. En esa fecha del 8 de noviembre de 1927, solamente tenía 39 años de edad. El accidente automovilístico tuvo lugar la tarde de los ya mencionados días, mes y año, en la carretera Duarte, propiamente en el kilómetro siete y medio frente al histórico paraje de Galá. Acompañado de su madre doña Dolores Rodríguez Objío y de los niños Bienvenido del Castillo (hermano de Jesús del Castillo Ginebra, "Chuchi") y Guaroa Desangles del Castillo, viajaban hacia la familiar heredad.
En los momentos trágicos y amargos de la primera ocupación norteamericana del país, Fabio Fiallo fue el cantor de nuestras indignaciones justas y de nuestras rebeldías necesarias.
Luis Conrado del Castillo fue el orador, la voz máxima del patriotismo herido, la protesta viril hecha discurso, grito de redención y libertad estructurado en cláusulas y frases de vehemente elocuencia. Al enjuiciarlo, el profesor Quirós, nos dice: “El más espontáneo de todos los grandes oradores nacionales fue Luis C. del Castillo, un verdadero genio de la improvisación, cuya palabra patriótica y viril se encarnaba en su elegante figura, adornada por una intachable actuación política”. Esas dotes hicieron de él, en opinión del profesor Quirós, “un verdadero líder u orientador de las muchedumbres en los oscuros días de la ocupación norteamericana”.
No tuvo la grandilocuencia de Deschamps, que fascinaba al público con el deslumbramiento de su metáfora atrevida y sus párrafos plenos de sonoridad, ni la maestría académica de Nouel, pero arrebataba al público, contagiándolo con su propia emoción, con sus espontáneas e inflamadas arengas que parecían nutrirse con los mismos sentimientos de aquellos que le escuchaban. Ninguno como él tuvo el don singular de comunicarse tan plenamente con su auditorio, que orador y público terminaban siendo sólo y mismo ser palpitando al influjo de los mismos sentimientos. Entre sus oraciones patrióticas más famosas está la improvisación que realizó en Santiago durante la lucha por el rescate de la soberanía pisoteada por el invasor yanqui. En aquella ocasión pidió que le levantaran todas las pancartas y con sus leyendas hizo un discurso formidable. En el parque Colón de Santo Domingo, su elocuencia alcanzó niveles tan altos, que el invasor hubo de acallar temporalmente su voz arrojándolo por 6 meses en un calabozo.
Como escritor no alcanzó la misma brillantez porque su alma de artista sólo se revelaba en la palabra hablada en toda su magnificencia. Dejó, sin embargo, algunos escritos de aceptables méritos, tales como, “Tópicos Nacionales”, premiado en unos juegos florales en San Pedro de Macorís, el “2 de Diciembre” y “Las bases de la Academia Colombina”. Singular valor tiene en cambio “Prolegómenos de Enseñanza Cívica”.
Sus luchas políticas, sus afanes patrióticos y en particular, sus experiencias en los combates por el rescate de la soberanía, le hicieron ver la necesidad de crear una conciencia cívica en la juventud. No se trata, sin embargo, de repetir los amortajados principios de moral ni los consabidos sermones clericales para crear en la mente de los educandos la inclinación a la pasiva aceptación de un orden de cosas que era injusto la más de las veces, por no decir todas.
Para crearles un espíritu libre a los jóvenes y hacerlos conscientes del papel dinámico que debían asumir en la sociedad, se necesitaban otras cosas. Por eso, Luis C. del Castillo incorpora a los principios de la moral hostosiana, que no era clerical, otras nociones imprescindibles para la formación adecuada del carácter de los jóvenes y que sirvieron para pautar sus relaciones frente al individuo, frente a la sociedad y frente al estado. Así incluye en sus prolegómenos nociones de Derecho, de Economía Pública y como obligado complemento, también de Estadística, Geografía e Historia. Aunque muy poco se ha hablado de esta obra es de gran valor aún hoy, pese a que el tiempo ha hecho obsoletos muchos de sus juicios y principios. Como la improvisación fue el medio más utilizado para lograr sus discursos, muy pocos de todos ellos son conocidos.
El jurista, educador, civilista, tribuno y patriota, falleció el 8 de noviembre del 1927 en un lamentable accidente vehicular. En esa fecha del 8 de noviembre de 1927, solamente tenía 39 años de edad. El accidente automovilístico tuvo lugar la tarde de los ya mencionados días, mes y año, en la carretera Duarte, propiamente en el kilómetro siete y medio frente al histórico paraje de Galá. Acompañado de su madre doña Dolores Rodríguez Objío y de los niños Bienvenido del Castillo (hermano de Jesús del Castillo Ginebra, "Chuchi") y Guaroa Desangles del Castillo, viajaban hacia la familiar heredad.
POR VICTOR FLEURY, GUSTAVO RICART, PEDRO R. BISONÓ
Fuente: Ecoportaldominicano