Fue el primer Arzobispo de la Sede Primada que fue nativo
de Santo Domingo.
Un hombre sencillo y virtuoso que tuvo grandes preocupaciones pastorales y una firme posición contra la dominación haitiana
“Es un personaje distante y extraño. El tiempo y nuestra inmensa capacidad de olvidar lo han ido distanciando de nosotros cada vez más. Nos queda una calle, en Villa Consuelo, que algún día provocará la inevitable pregunta: ¿Quién sería ese “Arzobispo Valera?”
de Santo Domingo.
Un hombre sencillo y virtuoso que tuvo grandes preocupaciones pastorales y una firme posición contra la dominación haitiana
“Es un personaje distante y extraño. El tiempo y nuestra inmensa capacidad de olvidar lo han ido distanciando de nosotros cada vez más. Nos queda una calle, en Villa Consuelo, que algún día provocará la inevitable pregunta: ¿Quién sería ese “Arzobispo Valera?”
A Don Pedro Valera Jiménez, el primer arzobispo dominicano, se debe la formación del clero nacional, para lo que fundó la primera escuela catedralicia, “semilla de lo que sería luego el Seminario en la época republicana”; fomentó la reapertura de la Universidad y su tenacidad, “fue uno de los componentes para que se mantuviera la conciencia de la nacionalidad dominicana”.
Pedro Valera Jiménez.- Hijo de Cristóbal Valera e Isabel Jiménez, procedentes de emigrantes de las Canarias, nació en Santo Domingo hacia 1757. Graduado de doctor en Teología por la Universidad de Santo Tomás de Aquino, fue ordenado sacerdote el nueve de abril de 1871. “Pasó de ejercer el curato de la rural Bayaguana y Boyá a ser vicario de la Catedral de Santo Domingo. Aquí le cogió el Tratado de Basilea, 1795, que cedía la colonia a Francia y entre tantas cosas invitaba al clero a trasladarse a las vecinas colonias españolas”, refiere el padre Antonio Lluberes.
Agrega que migró del país ese año y vivió en Venezuela y Cuba. “Tras la reposición del orden colonial español, en 1809, retornó a Santo Domingo. En 1811 fue preconizado para el cargo de Arzobispo. Valera fue consagrado como tal en la Catedral de San Juan de Puerto Rico el 15 de febrero de 1818 por el obispo Mariano Rodríguez de Olmedo y Valle. “Tuvo dedicación pastoral, fue generoso, compartió sus bienes con los pobres de una colonia pobre y con los aristócratas vergonzantes. También reorganizó el gobierno eclesiástico y restableció el Seminario. Fueron ordenados por él: Cerezano, Elías Rodríguez, José María Bobadilla, Portes e Infante, González de Regalado, Rozón...”.
Valera es un gran ignorado. Al margen de las breves referencias bibliográficas, la calle y los óleos que se exhiben en la Catedral Metropolitana y en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, no ha sido objeto de mayores reconocimientos. Al referirse a la vía que honra su memoria, el cronista José Luis Alemar apenas escribe que fue “un ilustre sacerdote que llegó a ser Arzobispo de Santo Domingo”, contrario a como hace con otros personajes sobre los que abunda en datos. Tampoco pone fecha de la resolución que designa la calle ni el nombre del distinguido mitrado al que simplemente llama “Arzobispo Valera”.
-¿Cómo es que históricamente se tiene a Valera como símbolo de la identidad dominicana habiendo sido pro español?-, se pregunta al padre Lluberes.
“El obispo Pedro Valera y Jiménez fue un hombre atrapado en las circunstancias de la vuelta política de fines del siglo XVIII en que la Iglesia fue contestada profundamente por los cambios que se operaron en Europa y América bajo la inspiración del pensamiento burgués, revolucionario, francés. Si hubiese sido un siglo antes no hubiésemos dicho que él era pro español, hubiese sido natural ser fiel al patronato de España, entonces, ahí vino su desquiciamiento con la sociedad y los cambios y la evolución política de la época y vino su significación como un hombre pro español”.
Añade que Valera “no supo ver los acontecimientos que se iban a suceder más adelante: que la Santa Sede se iba a desvincular del patronato español, que los pueblos de América se iban a constituir en repúblicas libres e independientes, que se iba a poder ser católico y ser nacionalista, como en 1838 planteó Juan Pablo Duarte en La Trinitaria, un pensamiento fiel a la tradición católica, pero desvinculado de España. El Arzobispo Valera era un hombre fiel a las convicciones comunes de la época: se consideraba que ser español era ser católico, y ser católico era ser fiel a la monarquía”.
La calle Arzobispo Valera nace en la “Juan de Morfa” y termina en la “Hermanos Pinzón”, entre la “Vicini Perdomo” y la Bartolomé Colón”, en nuestro Villa Consuelo.
Fuente: ecoportaldominicano.com
La calle Arzobispo Valera nace en la “Juan de Morfa” y termina en la “Hermanos Pinzón”, entre la “Vicini Perdomo” y la Bartolomé Colón”, en nuestro Villa Consuelo.
Fuente: ecoportaldominicano.com