27 septiembre 2014

Google, celebra sus 16 años

El mastodonte de las búsquedas cumple 16 años, una juventud que en términos tecnológicos se traduce en considerable madurez. ¿Cómo ha cambiado nuestros hábitos el buscador más importante del mundo?

Google es a Internet lo que Dios es al mundo. Todo lo sabe, todo lo oye, todo lo ve. Su omnipresencia es tal que es muy pequeño el porcentaje de internautas que consultan sus correos electrónicos en algún servicio alternativo a Gmail, casi ninguno conoce otro servicio cartográfico que no sea Google Maps, el traductor de Google es el más solicitado del mundo y el buscador de Google es la página principal de la mayoría de navegadores. Una ventana abierta al mundo. Un trampolín hacia otros destinos. Y hoy cumple 16 años, una adolescencia que en términos tecnológicos significa todo un mundo y ha cambiado radicalmente las rutinas de los individuos.

Todo empezó un 27 de septiembre, la leyenda cuenta que en un garaje. Pero Google empezó a echar raíces desde el momento en el que Larry Page y Sergey Brin decidieron que era más que necesario ordenar la información de forma relevante. Desde entonces, nos hemos ido desvinculado de determinados hábitos que apenas recordamos. Ahora un golpe del dedo índice es necesario. Y es que Google nos ha dado muchas cosas: el sistema operativo Android, las espectaculares Google Glass, el portal de vídeos Youtube o el tan recurrido Google Search. Pero a cambio perdimos ciertas rutinas. Google no nos las sacó, nosotros las dejamos ir.

Con Google Maps ya nadie pregunta por la calle. Los mayores todavía entonan siempre que pueden -cada vez menos- que preguntando se llega a Roma, pero los más jóvenes sienten hasta reparo al parar a alguien por la calle y, amablemente, pedirle ayuda para encontrar alguna calle o restaurante próximo. ¿Quién no se acuerda de aquella travesura que consistía en enviar a extranjeros a la otra esquina de la ciudad cuando nos preguntaban por un restaurante que estaba a la vuelta de la esquina? Los que tengan menos de 25 años, seguro que no. Hoy, buceamos en las pantallas de nuestros smartphones y, en un abrir y cerrar de ojos, el servicio de mapas de Google nos facilita las coordenadas exactas de cualquier punto geográfico, dirección o incluso local al que queramos llegar.

Las discusiones de sobremesa tampoco son ya lo que eran. Ni largas, ni intensas. Y mucho menos tan interesantes. Porque si antes dos interlocutores -uno siempre un cuñado- se enzarzaban tercamente en algún debate interminable que siempre solía acabar en empate, hoy algún comensal tira de su móvil y resuelve la diatriba con dos búsquedas de Google. Magia. Y uno se lleva la razón. Y el familiar partido de tenis, de argumentos y discursos exaltados, pierde toda la gracia.

Con los juegos de mesa pasa un poco lo mismo. Google ha aplastado con el pie el Trivial de tal forma que hasta existe una popular aplicación, derivada de estas enciclopédicas partidas, que cronometra los segundos para responder. Pero todos sabemos que este contador, en realidad, existe en el juego virtual para que al usuario no le de tiempo a entrar en Google Search y consultar la respuesta. Aunque su dispositivo sea de última generación con un procesador ultrarrápido. El tablero físico, en cambio, ha perdido ya parte de su encanto. O los teléfonos y las tabletas se dejan a un lado, fuera de la habitación donde se libra la partida, o las trampas a cargo de Google bajo la mesa son inevitables.

El encanto de esperar las tan ansiadas cartas que de vez en cuando traía consigo el cartero también ha sido completamente derribado por el gigante Google. Los mensajes instantáneos han terminado por aplastar el romanticismo del sobre y la tinta. El buzón ha dejado de estar lleno de buenas historias para albergar solo las temidas facturas y la tan hastía propaganda. El mundo ha cambiado los bolígrafos por el teclado y la larga espera ha dado pie a la instantaneidad que ofrece, por ejemplo, el servicio de correo electrónico Gmail, donde un mensaje es capaz de dar la vuelta al mundo en unos pocos minutos. Todos los productos que ofrece Google han aumentado la velocidad de la humanidad y ya pocas cosas esperan. La información mucho menos.

El misterio de conocer a alguien poco a poco al calor de un buen café es casi algo del pasado. Google, el ojo que todo lo ve y el sistema que todo lo sabe, ha apurado las rutinas de afianzamiento de las amistades. Raro es el encontrarse con alguien que no se apure a meter el nombre y apellidos de un recién conocido en el megabuscador para descubrir sus más oscuros secretos. Los secretos ya no están tan ocultos y la larga lista de información que Google posee de cada uno de nosotros se ha convertido en un problema para muchos ciudadanos que cada día ven como algunos de sus más vergonzosos capítulos pasados están al alcance de cualquiera con un solo clic. Google le ha quitado el puesto hasta al mismísimo Sherlock Holmes.

Científicos, médicos y expertos en las más diversas materias también han visto menguado su protagonismo. El megabuscador se ha convertido en la más extensa y experta enciclopedia del momento. El sector sanitario observa con cierto recelo y bastante preocupación el fenómeno Google, que pone de mano del paciente un completo diagnóstico -no siempre correcto- con tan solo teclear unos pocos síntomas en la web. Este mal hábito ha supuesto en más de una ocasión algún que otro susto innecesario. Google y su batuta dirigen y van cambiando un mundo que ha visto facilitadas gran parte de sus rutinas. Solo 16 años le han hecho falta al pequeño germen sembrado por Page y Schmidt para crecer de forma vertiginosa y cobijar bajo su sombra a toda una generación que ha crecido con él.